La historia se respeta. Y ayer murió un pedazo de ella. Di Stéfano fue la primera estrella de esa constelación que llamamos fútbol. Fue un fenómeno de masas. La mayor de las alegrías de un país triste y en blanco y negro. Un hombre capaz de unir enemigos antagónicos. Columna vertebral de la historia del Real Madrid.
Los viejos le recuerdan como el mejor. Al menos eso decía mi abuelo, madridista y socio durante varios años. Ni Pelé, ni Cruyff ni Maradona. Di Stéfano. Sólo había un jugador para él. Esa opinión se podría extender a todos aquellos abuelos que tuvieron la suerte de disfrutar de la Saeta Rubia a finales de los 50. Llegó al Real Madrid con 28 años y nunca se fue. Creador, llegador y goleador. Jugador total que llevó al fútbol a un nuevo nivel. No sé si habrá sido el mejor. Pero cambió este deporte y eso sólo lo hacen los inmortales.
La Copa de Europa. Su competición fetiche. Era un monstruo que atemorizaba a los rivales europeos. “Ahí viene Di Stéfano…” se oye todavía en los rincones de Wembley. Reminiscencias de aquel 18 de Mayo de 1960. El día que conseguía su quinta y última Europa con un 7-3 ante el Eintratch de Frankfurt. Él metió tres. Periodistas de la BBC lo han catalogado como el mejor partido de la historia. Un encuentro repetido cada día de Navidad en el país inventor del fútbol.
Se fue Di Stéfano. Lloran las mocitas madrileñas la marcha del noble y bélico adalid, caballero del honor. Las puertas del cielo están abiertas para Don Alfredo. Cada domingo escuchará a un estadio al unísono cantar con el corazón a su mito. “Ya corre La Saeta, ya ataca mi Madrid; soy lucha, soy belleza el grito que aprendí".
Mozart - Réquiem
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