Viendo a Javier Mascherano uno se da cuenta de que la vieja escuela no ha muerto. Jugadores que no se dejan influir por toda la parafernalia que les rodea. Están en peligro de extinción y son indispensables en este deporte. Respetan la tradición. Hombres nobles, caballeros en la cancha. La palabra del entrenador se acata con profesionalidad. “El jefecito” atrae las miradas de sus compañeros. Le miran como a aquel viejo el cual ilustra a quien le escucha. Con respeto. Como a un padre. Además, anda sobrado de carisma. Y es argentino.
Todos los equipos necesitan a un Tony Soprano que diga qué se debe hacer y cómo. Mascherano, con o sin brazalete, se comporta así. Un sólo gesto le sobra para poner orden.
¿Cuántos quedan?. La retirada de Puyol dejó huérfano a este grupo . Jugadores traídos de otra época. Hombres como Salvatore Roncone en “la sonrisa etrusca” de José Luis Sampedro. Todas las bandas necesitan a un capo que les controle. Todos los equipos necesitan a un Tony Soprano que diga qué se debe hacer y cómo. Mascherano, con o sin brazalete, se comporta así. Un sólo gesto le sobra para poner orden. Una mirada que vale más que mil palabras. Si hace falta gritar, grita como nadie. Porque el respeto te lo ganas respetando. Así ha pasado con él.
Baresi, Hierro, Roy Keane, Tony Adams. Gente así. El argentino es uno de ellos. Una casta de jugadores dignos de admirar. Aún queda un pequeño clan de irreductibles en este fútbol con tanto maquillaje y tan artificial. Un partido suyo es una clase magistral de cómo ha de ser un capitán. Que se fijen aquellos a los que les pesa el brazalete y anteponen su persona al grupo. En él tienen a su paradigma. La vieja escuela está tranquila. Sigue viva porque Javier Alejandro Mascherano (San Lorenzo, Argentina.1984) comanda en ella.
Tupac - Changes
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