Hace poco más de una semana que acabó el Mundial. Parece poco tiempo pero es una eternidad. Necesito que empiece la temporada ya. Sufro de futbolitis crónica. Supongo que os pasará lo mismo a muchos de ustedes. El mercado de fichajes es simple metadona. La pretemporada, pequeñas dosis que consumir hasta que empiece a rodar el balón en los campos europeos. Necesito droga. Necesito fútbol.
El verano está para disfrutar. Reunirse con amigos y brindar a la luz de la luna. Ver el amanecer acompañado de una bella mujer. Comer grandes viandas. Pero sin fútbol uno, a veces, se siente vacío. Muchos lo denominan como el opio del pueblo. Quizás tengan parte de razón. No voy a ser yo quien se la quite pero, quiero ese opiáceo ya. Dadme más y más hasta que reviente.
A veces sueño con que mi equipo mete un gol. Pero me despierto y ese gol no existe. Es producto de mi subconsciente. El desvelarte es un mero choque contra la maldita realidad. Saber que nada ha existido. Así pasan los días. Cada uno, una barrera más superada. Mientras tanto, ver pasar los días, contar nubes y ocupar la mente en otras cosas. Las agujas del reloj pasan lentamente. Tic, tac, tic, tac…
Viendo a Javier Mascherano uno se da cuenta de que la vieja escuela no ha muerto. Jugadores que no se dejan influir por toda la parafernalia que les rodea. Están en peligro de extinción y son indispensables en este deporte. Respetan la tradición. Hombres nobles, caballeros en la cancha. La palabra del entrenador se acata con profesionalidad. “El jefecito” atrae las miradas de sus compañeros. Le miran como a aquel viejo el cual ilustra a quien le escucha. Con respeto. Como a un padre. Además, anda sobrado de carisma. Y es argentino. Todos los equipos necesitan a un Tony Soprano que diga qué se debe hacer y cómo. Mascherano, con o sin brazalete, se comporta así. Un sólo gesto le sobra para poner orden.
¿Cuántos quedan?. La retirada de Puyol dejó huérfano a este grupo . Jugadores traídos de otra época. Hombres como Salvatore Roncone en “la sonrisa etrusca” de José Luis Sampedro. Todas las bandas necesitan a un capo que les controle. Todos los equipos necesitan a un Tony Soprano que diga qué se debe hacer y cómo. Mascherano, con o sin brazalete, se comporta así. Un sólo gesto le sobra para poner orden. Una mirada que vale más que mil palabras. Si hace falta gritar, grita como nadie. Porque el respeto te lo ganas respetando. Así ha pasado con él.
Baresi, Hierro, Roy Keane, Tony Adams. Gente así. El argentino es uno de ellos. Una casta de jugadores dignos de admirar. Aún queda un pequeño clan de irreductibles en este fútbol con tanto maquillaje y tan artificial. Un partido suyo es una clase magistral de cómo ha de ser un capitán. Que se fijen aquellos a los que les pesa el brazalete y anteponen su persona al grupo. En él tienen a su paradigma. La vieja escuela está tranquila. Sigue viva porque Javier Alejandro Mascherano (San Lorenzo, Argentina.1984) comanda en ella.
La historia se respeta. Y ayer murió un pedazo de ella. Di Stéfano fue la primera estrella de esa constelación que llamamos fútbol. Fue un fenómeno de masas. La mayor de las alegrías de un país triste y en blanco y negro. Un hombre capaz de unir enemigos antagónicos. Columna vertebral de la historia del Real Madrid.
Los viejos le recuerdan como el mejor. Al menos eso decía mi abuelo, madridista y socio durante varios años. Ni Pelé, ni Cruyff ni Maradona. Di Stéfano. Sólo había un jugador para él. Esa opinión se podría extender a todos aquellos abuelos que tuvieron la suerte de disfrutar de la Saeta Rubia a finales de los 50. Llegó al Real Madrid con 28 años y nunca se fue. Creador, llegador y goleador. Jugador total que llevó al fútbol a un nuevo nivel. No sé si habrá sido el mejor. Pero cambió este deporte y eso sólo lo hacen los inmortales.
La Copa de Europa. Su competición fetiche. Era un monstruo que atemorizaba a los rivales europeos. “Ahí viene Di Stéfano…” se oye todavía en los rincones de Wembley. Reminiscencias de aquel 18 de Mayo de 1960. El día que conseguía su quinta y última Europa con un 7-3 ante el Eintratch de Frankfurt. Él metió tres. Periodistas de la BBC lo han catalogado como el mejor partido de la historia. Un encuentro repetido cada día de Navidad en el país inventor del fútbol.
Se fue Di Stéfano. Lloran las mocitas madrileñas la marcha del noble y bélico adalid, caballero del honor. Las puertas del cielo están abiertas para Don Alfredo. Cada domingo escuchará a un estadio al unísono cantar con el corazón a su mito. “Ya corre La Saeta, ya ataca mi Madrid; soy lucha, soy belleza el grito que aprendí".
246 partidos y 252 goles después, Cristiano Ronaldo cumple cinco años como jugador del Real Madrid. En este lustro, ha conseguido dos Copas del Rey, una Liga, una Supercopa de España y como no, la Copa de Europa. Además, ha obtenido algo que vale más que cualquier mero título. Ha sido capaz de alcanzar la grandeza. El trono de hierro es suyo. Cristiano Ronaldo es el rey del Real Madrid. Vestido de seda blanca recorre Europa enseñando el poder de su reino. Cual épico rey se enfrenta a sus enemigos en primera línea de batalla. Dignifica su reinado y enorgullece a su pueblo. Como los reyes de antes.
Sin embargo, el máximo premio conseguido por el luso ha sido el Balón de Oro. En mi opinión, debería fundirlo y hacerse una corona con el preciado metal resultante y lucirla cada fin de semana por los rincones del país. Pero creo que no se permite el uso de halos dorados en la práctica del fútbol. Habría que plantearlo.
En estos cinco años, Cristiano Ronaldo también ha madurado. Llegó a la capital española siendo el jugador más caro de la historia. Su presentación, fue digna de la coronación de un faraón. Él se creía el mejor del mundo e intuía que su fichaje por Real Madrid era la unión entre dos deidades que se necesitan la una a la otra para alcanzar la gloria. Era cierto, pero el camino iba a ser mucho más difícil de lo que él pensaba.Todo era idílico hasta que descubrió que enfrente tenía a un pequeño rosarino llamado Leo Messi. Y a un conjunto entrenado por Pep Guardiola. Le tocaba luchar contra el rival más duro que jamás haya visto el mundo del fútbol. Un reto así, o te mata o te encumbra. Su enfrentamiento con el argentino ha sido encarnizado. ¿Se imaginan creerse el mejor a algo y de pronto, darte cuenta que existe una persona que es mejor que tú?. Para un ego como el de Ronaldo debió de ser duro. Todos recordamos su cara el día en el que a Messi le entregaron su cuarto Balón de Oro.
Pero esa pugna le ha ayudado a crecer. A superarse a sí mismo cada día. A entrenarse más y más en pos de llegar a superar un día a Messi. Un monstruo competitivo. Ayudar a su equipo a alcanzar su anhelo más grande. Su obsesión más frustrante. La Décima. Y Cristiano consiguió ambas. Le arrebató el Balón de Oro al argentino y fue la pieza fundamental en la consecución de la Copa de Europa con la espeluznante cifra de 17 goles en 13 partidos.
Esta historia de simbiosis entre el Real Madrid y Cristiano Ronaldo no ha acabado. Ocupará el trono varios años más. Lo que consiga es una incógnita. Lo dado al madridismo es inalcanzable por el resto de los humanos. Ya es el mejor jugador de la historia del club más grande de la historia. Y eso, te convierte en inmortal.
Muller tiene aura de jugador vintage. No hace de la estética su seña de identidad ni del adorno su virtud. No es de plástico. Es sobrio y eficaz. Como Alemania. Mirada franca y gesto serio. No se complica, la eficiencia como forma de existencia. Es un jugador en blanco y negro. Parece haber sido sacado de un partido de los años 70 y arrojado en 2014. Resulta añejo.
No es el ideal de aquellos románticos y finos paladares que reducen el fútbol a la belleza visual. Se pasa lo estético por la cuenca del Rhur. Se sabe superior y como tal actúa. Su fútbol no seduce. No despierta a la imaginación. No es rápido, no es un gran pasador ni tampoco un detallista definidor. Sin embargo, es el jugador más importante de la selección alemana. Ocupa prácticamente todas las zonas del campo. Desmarques que desorientan a defensas impávidas ante la ferocidad de un alemán. Al no tener una posición concreta puede aparecer por cualquier lado. Puñaladas certeras que definen los partidos. Nueve goles en dos Mundiales.
Muchos aún se preguntan por qué Guardiola le marginó en las semifinales frente al Real Madrid de la pasada edición de la Copa de Europa. A jugadores como Muller los quiero siempre en mi equipo. Dispuesto a dejarse todo en el campo en beneficio del conjunto. Die Mannschaft ya tiene otro Torpedo. Si Gary Lineker dijo aquello de“El fútbol es un juego simple: 22 hombres corren detrás de un balón durante 90 minutos y, al final, los alemanes siempre ganan”, era por hombres como el del Bayern de Munich. Porque Muller no se rinde, lucha y casi siempre vence.Thomas Muller, otra precisa creación de la ingeniería alemana.