viernes, 25 de abril de 2014

Las pisadas del gigante



Suenan alarmas de guerra en París. Los perros ladran asustados y giran sobre sí mismos porque saben quién viene. Los niños, las mujeres y los ancianos son los primeros en ser evacuados. Una pareja se despide con lágrimas en los ojos por si nunca vuelven a besarse. Padres que abrazan a sus hijas y locos de melena y barba blanca en las calles anunciando el apocalipsis. Otros, se entregan al placer como única vía para escapar del fin del mundo. Las obras de arte son protegidas en cámaras especiales para que el retumbo de las pisadas del mortífero enemigo no acaben con siglos de cuidados. El Louvre, el Museo de Orsay, Notredame, El Arco del Triunfo, el Puente Alexandre III. Se teme por ellos. Los más atrevidos fotógrafos se mantienen firmes para poder retratar al gigante monstruo. En la radio, una monótona voz pide a los ciudadanos que se mantengan en sus casas, firmes y silenciosos. Suena la Cabalgata de las Valquirias mientras una manada de búfalos recorre el Parque de los Príncipes. Es la final de la UEFA y Ronaldo Nazario da Lima está a punto de meter el gol más bonito de la historia.



Por un lado tenemos al portero de la Lazio, Marchegiani. En frente está el 10. No se veía una batalla tan desigual en la historia desde la Guerra de los Seis Días. Nadie pondría una mísera peseta a favor del cancerbero. ¿Qué loco iba a apostar por él en una situación como ésta? Su propio padre, mirando para abajo, agarrándole del hombro y con voz entrecortada le diría: - Hijo, jamás pensé que podría decirte algo así, pero no tienes nada que hacer. No vale la pena intentarlo. Con él no.-
Regatear sin tocar el balón. Golpes de cintura para recortar a un portero. Años de samba aplicados a un deporte. Estéticamente perfecto. Digno de una escultura helenística. Segundos después, gol. La gloria es suya. La batalla es suya. París es suyo. Después de la tormenta viene la calma. Los daños en los rivales son irreparables. Nadie volverá a hacer algo así. Ni el mismo será capaz. 6 de mayo de 1998, el día en el que un guerrero neroazurro hizo de este deporte un arte visual, recargado e intenso.



Richard Wagner - Cabalgata de las Valkirias




martes, 1 de abril de 2014

Sócrates y la Democracia





Brasil vivió una época en la que la democracia brillaba por su ausencia. Daba pena ver a la justicia con traje de cuero y sodomizada. Como si de actrices de una película porno bondage se tratara; así se encontraban las libertades brasileiras. Cuando una sociedad se siente oprimida, responde. Eso mismo sucedió en Brasil. El poder lo controlaban los militares, que con apoyo norteamericano (me suena esta historia) dieron un golpe de estado contra el presidente Joao Goulart en 1964.

En Sao Paulo jugaba un jugador esbelto, elegante, con pelo rizado e inquietudes inusuales en un futbolista. Su club era el Corinthians, llevaba el número 8 y se llamaba Paulo Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, más conocido como Sócrates. Su barba y su pelo le daban un halo de vagabundo, de trotamundos, de soñador. Su fútbol era generoso pero letal. Igual de generoso que era él. Tenía una formación académica impropia en los futbolistas. Se licenció en medicina, de ahí su mote de “El Doctor”.



Sócrates fue el artífice de lo que la historia se ha encargado de nombrar como Democracia Corinthiana. No es más que un proceso histórico en el fútbol brasileño, basado en el cambio de los derechos laborales de los futbolistas con sus respectivos equipos. Sócrates lo relata así: “Abolimos el proceso que existía en el fútbol, donde los dirigentes impedian que los jugadores se hicieran adultos”. “Al inicio hubo ansiedad en mis compañeros, pero no estaban acostumbrados a expresarse, a decidir. Pero fueron aprendiendo y se prepararon para enfrentar su profesión y su vida”. Cada una de las decisiones del club se decidían conjuntamente. Sueldos, primas, publicidad, televisiones. Cada voto valía lo mismo. El del eterno suplente valía lo mismo que el del dirgente. La Democracia Corinthiana era una metáfora de lo que deseaba el país. Así ganaron una Liga. El premio sólo era un símbolo. 



Sócrates pedía el voto para cada una de las decisiones que se tomaran en su club. Pero también lo pedía para su pueblo. Pedía que cada uno de los brasileños eligieran a sus gobernantes. Sin embargo, como en todo proceso utópico, la realidad es una dura pared en la que golpearse. Se frenó la Democracia Corinthiana como se frenó el Mayo Francés. Pero nos dejó ese legado que nos dejan también los procesos utópicos. Pérdida del miedo, esperanza por una mejoría y un paradigma de cómo actuar con dignidad y fortaleza ante la injusticia.

En cuanto a Sócrates, le ocurrió lo que muchas veces le ocurre a personas generosas pero a la vez autodestructivas. Generosa contigo, pero no consigo misma. Eso hizo Sócrates. Autodestrucción a base de alcohol para que finalmente, por culpa de una cirrosis se despidiera de todos nosotros en 2011. Dijo que se moriría un domingo viendo a su equipo, y así lo hizo. Su historia nos llevará irremediablemente a aquel día, en el que, hastiado de la sociedad que le rodeaba, pasó de asistir precisos balones a sus compañeros a asistir democracia.


Himno Corinthians